Nunca he sido muy amiga de los espejos. Me devolvían una imagen que no reconocía como propia. Por el mismo motivo, a veces me resisto a asumir mis cambios de personalidad, porque me cuesta mucho ver que yo también soy la suma de todos ellos.
No es nada nuevo. No lo he inventado yo, como cantaba Pablo Abraira y su bigote rubio. De hecho, tenemos el caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Aún recuerdo una película en blanco y negro protagonizada por Spencer Tracy y que me traumatizó en mi más tierna infancia. Pues este amable doctor que se convertía en monstruo, estoy segura de que tampoco se reconocía a sí mismo al mirarse al espejo cuando era su alter ego. Porque cambiaba totalmente de personalidad y de aspecto. Ninguno era un Adonis, pero por lo menos uno era buena persona.
Yo he descubierto, y me da en la nariz que no soy la única, que tengo personalidad múltiple, y cada una de ellas se caracteriza por un síndrome. Que ahora están muy de moda y si no te identificas con alguno, es que no estás vivo.
Algo parecido a quien pretende ser escritor y no tiene redes sociales. Un suicidio.
Fruto de una profunda observación e investigación de mi propia persona y mis rarezas, he llegado a la conclusión de que padezco seis síndromes (sí, habéis leído bien, 6) que se manifiestan en función del día o incluso de la hora del día.
Pasemos al diagnóstico.
SÍNDROME DE CENICIENTA
A pesar de que científicamente se refiere a mujeres que necesitan un príncipe azul para que las cuide y las proteja y reniegan de su independencia, yo sufro una variación "made in Spain". Yo soy la Cenicienta de mi casa porque creo que soy la que más friega, más plancha, más cocina, más hace la cama, más, más, más, más.
Y, evidentemente, sufro cuando veo que mientras los demás se divierten, duermen, o simplemente ven la vida pasar mirando el techo yo estoy sudando como una posesa en la cocina a 50 grados, eslomada pasando el aspirador o tendiendo la ropa siete horas después de que un adolescente pusiera la lavadora sin avisar.
Me siento abandonada a mi suerte y la persona más desgraciada sobre la tierra.
Soy una Cenicienta sin hada madrina. Y para que me den calabazas, mejor me quedo como estoy.
SÍNDROME DE PETER PAN
Ya que hemos empezado con los tiernos personajes de los cuentos de nuestra infancia, sigamos con mi favorito de todos los tiempos: Pan, Peter Pan.
Es la versión todos los públicos de Bond, James Bond. Porque Wendy moría por sus huesitos, y Campanilla…
¡Ay Campanilla la celosilla!
Pero no hemos venido a hablar de peleas de gallinitas, sino de mi personalidad múltiple. No quiero pensar que Pan, Peter Pan fuera un empotrador y por eso tenía lista de espera de chicas.
Los expertos aseguran que este es un síndrome netamente masculino. Y yo digo que no. Puede que ellos lo sufran más que nosotras, pero aquí estoy yo como ejemplo claro de que se puede ser Peter Pan siendo mujer.
Se supone que quienes lo padecen, tienen un rechazo frontal a madurar y asumir responsabilidades.
¡Unos listos!
Todos queremos ser Peter Pan. Yo me disfrazo con las calzas verdes y el gorro ladeado cuando discuto con mis retoños. Me vuelvo uno de ellos y me pongo a su altura. Reniego de mis obligaciones y responsabilidades y pataleo y razono como si tuviera 13 años. Es decir, unos cuantos menos que mis hijos…
SÍNDROME DEL ACUMULADOR COMPULSIVO
No creo que haga falta mucha literatura para explicar el trasfondo de este trastorno. Poseer y acumular tonterías, segura de que lo que adquieres es algo de lo más útil, pero que luego duerme el sueño de los justos como un calcetín desparejado.
Hay aplicaciones que deberían estar vetadas para acumuladores como yo. Y más si te dejan encerrada durante tres meses y te tienes que montar en tu casa el gimnasio, la panadería, la fábrica de jabón, la pastelería, el restaurante vegetariano, la peluquería, centro de estética y cuchifritainas varias sin las que no sabemos vivir.
Y no lo digo yo, sino que lo dicen las estadísticas. Los objetos más comprados han sido máquinas de coser por si no volvían a abrir el Zara (es mejor vestir de mercadillo si no sabes coser), bicis estáticas que se quedarán cogiendo polvo en el 85% de los casos en cuanto volvamos al gimnasio con un poco de tranquilidad, utensilios de cocina de todo tipo (desde la máquina de hacer pasta fresca a panificadoras profesionales que ocupan una plaza de garaje).
A mí me ha dado por comprar ropa para luego devolverla. Si utilizara más los espejos me daría cuenta de cómo estoy y no cómo me imagino. No tengo 30 años ni utilizo una talla 36. Dos golpes más en la cabeza y me lo aprendo.
Y me he suscrito a un montón de aplicaciones de pago para mejorar mi rendimiento en las redes sociales y el blog. Lástima que tenga que apuntarme a un curso intensivo de dos meses por aplicación para entenderlas.
Definitivamente, esta no soy yo.
SÍNDROME DE LA CABAÑA
Desde que me lo presentó mi hermana, este se ha convertido en mi nuevo síndrome favorito. Se parece mucho a un amigo invisible: convive contigo y os volvéis inseparables de una manera casi imperceptible.
Yo soy más de hotel caro que de camping, pero aún así, me representa.
Según los psicólogos, se trata del miedo a hacer cosas que antes eran cotidianas, tales como salir de casa, relacionarnos con nuestros semejantes, ir a trabajar, utilizar el transporte público. Y como tenemos mucho miedo, nos quedamos en casa. En esas cuatro paredes que maldecíamos durante el confinamiento.
¡Estamos locos los humanos!
Este síndrome es el que más ha cambiado mi forma de ser y actuar. Porque yo antes salía a la calle, y ahora, ni con los GEO consigues que ponga los dos pies fuera de casa.
Y lo peor es que no es miedo, es pereza. Una terrible, viscosa y pegajosa pereza que se ha instalado en mis rutinas y a la que me aferro como si fuera a morir sin ella.
Tengo que combatirlo yéndome a la playa, teniendo un horizonte diferente a la ventana y el tejado de mis vecinos. Incluso puede que allí encuentre inspiración. ¿Quién sabe?
SÍNDROME DEL IMPOSTOR
Que levante la mano el que no se haya sentido un impostor en algún momento de su vida. En el trabajo, en el amor, con los amigos…
Teóricamente, se define como el malestar emocional asociado al sentimiento de no merecer la posición que se ocupa a nivel laboral, académico, o social.
De los siete días de la semana, dos, como mínimo, se me iban en este trastorno de la personalidad. No era válida para escribir, ni para ser madre, ni para respirar…
¡Un poco de tragedia griega de la que tengo abono de temporada, señores!
SÍNDROME DE ESTOCOLMO
Sí. No estoy exactamente secuestrada, pero casi. Mi casa es mi zulo. Mis captores, las personas con las que convivo. Soy consciente de que a veces me están jodiendo un poquito, y aún así, les he cogido cariño.
Son ellos: mis adolescentes y mi querido esposo.
Sé que ellos piensan lo mismo de mí, y me halaga estar de acuerdo por una vez. Aunque sea en esto.
Mis hijos me piden un rescate, pero no para liberarme a mí, sino para salir ellos. Y yo, tonta de mí, poseída por este síndrome tan zalamero, les doy unos eurillos para que se diviertan con sus amigos por mí.
A la vista de tanto trastorno, no es extraño que haya mañanas en las que no sepa quién soy. Que me sienta huésped en un cuerpo que no reconozco, por mucho que haya sido yo quien lo haya cebado a base de cervezas y boquerones en vinagre.
Hay muchas mares en mí, porque caben todas.
Y tú, ¿sufres también alguno de estos síndromes? ¿trastorno de personalidad? ¡Cuéntamelo!
PD: debido a quejas recibidas en el buzón de sugerencias, aclaro que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Hijos, esposo, si me leéis, no os sintáis ofendidos. Pero recoged vuestros trastos del salón y los salpicones de la cocina antes de que salga de la habitación del pánico.
Por favor.