Queridas y olvidadas madres de adolescentes del mundo, ¡uníos!
Llevo años oyendo hablar de conciliación, esa necesidad intrínseca a la familia de poder compaginar vida laboral y familiar sin necesidad de renunciar a nada en ninguna de las dos facetas.
Se han creado grupos maravillosos que han puesto de manifiesto que aún queda mucho por hacer para lograr una CONCILIACIÓN con mayúsculas, mujeres, en su mayoría, que se han puesto a la cabeza de la visibilidad de los derechos y necesidades de las mujeres trabajadoras.
Pero no me representan. Por impopular que suene.
Sí, busca donde quieras, no vas a encontrar nada que no tenga que ver con lactancia, guarderías, niños de primaria…
El colectivo más famoso es El Club de las Malasmadres. Ya van por 900.000 mujeres unidas al proyecto de Yo no Renuncio para conseguir que una mujer pueda tener carrera profesional y ver crecer a sus hijos.
No sabes cuánto aplaudo la iniciativa, pero no me representa, porque mis hijos ya están muy crecidos. Y arrastro complejo de mala madre de verdad, soy todo lo contrario de cómo era la mía.
Vivo con la culpa de haber incluido a mis hijos en la generación de la llave.
Esos niños que al volver del instituto con 11 o 12 míseros años, abrían la puerta de casa con su llave, sabiendo que no habría nadie detrás de la puerta para ofrecerles un beso.
Criaturas que abrían la nevera, sacaban el táper asignado para ese día y lo calentaban en el microondas. Que comían sin que nadie les recordara los modales en la mesa, necesarios incluso estando solos, y que entretenían sus tardes con una televisión sin control parental.
Definitivamente sí. El control parental es muy necesario, y esa necesidad se incrementa cuando van creciendo y los peligros acechan. Sin querer parecer trágica, me pongo.
Mis retoños pasaron demasiadas tardes viendo La que se avecina, y lo tengo clavado en el alma como un puñal envenenado. No es, bajo ningún concepto, una serie acorde a un niño en plena formación de sus valores y sus límites. No he tenido el disgusto de verla, pero sé lo que he escuchado de boca de mis hijos y que atribuían a personajes de la dichosa serie.
Mientras, yo trabajaba de sol a sol y recibía decenas de llamadas de mis niños para preguntarme nimiedades. Y, ahora, en la distancia espacio temporal, caigo en la cuenta de que no era otra cosa que su necesidad de sentirme cerca.
No lo he superado. Creo que nunca lo haré. Moriré con el remordimiento de no haber sido todo lo madre que debería haber sido.
Ese es el momento en que una empresa considera que tienes que volver a pasar cadena perpetua en lo que a horario se refiere. Y, por si no te has dado cuenta, está muy, pero que muy mal visto, que en este país te marches a la hora exacta en la que finaliza tu jornada de trabajo. Te "acusan" de vivir mejor que bien por cumplir. Independientemente de si lo has dado todo durante las 8 horas que has estado en la oficina o el bar o la caja del supermercado.
¿Te puedo hacer algunas preguntas?
Estar alimentado, con el pañal limpio, con buena temperatura y un lugar para dormir.
Sé sincera, imprescindible no hay nada en la vida. Muy recomendable, sí.
Si eres de mi quinta, recordarás la serie de mediados de los 80 Los problemas crecen. Entonces solo me fijaba en lo mono que me parecía el hijo mayor, en el día que se compró una cama de agua, que entonces era lo más de lo más, y poco más. Todo anecdótico. Todo insustancial.
Hoy, con la perspectiva de haber sido madre, saco otras conclusiones mucho más sesudas (de seso o cerebro, que luego alguna se espera algún comentario de yegua loca esperando empotrador):
Cuando los hijos pasan a la educación secundaria, en su cerebro hay un interruptor que hace clic y enciende en ellos el convencimiento de que ya son mayores.
Pero ¿cuándo deja de ser niño un niño?
Desde luego que no tiene nada que ver con pasar de una etapa educativa a la siguiente. Y los mayores peligros del cachorro aparecen aquí. Empiezan los deseos de pertenecer a un grupo a costa de lo que sea necesario, la necesidad de luchar contra la autoridad paterna para encontrar su propia identidad, las tribus, los amigos, los amores, los riesgos mal medidos.
En esta época de la vida de mis hijos yo habría dado un millón de euros que nunca he tenido ni tendré por tener una media jornada y acompañarlos. Observar, hablar, aconsejar y, por qué no, pelear a diario. Tal vez con mil batallas cotidianas no habría tenido que llegar a otras más cargadas de estrategia bélica por ambos bandos.
Conozco demasiados ejemplos de madres que han invertido medio salario en pagar las extraescolares de sus hijos, clases particulares de refuerzo y estudiantes universitarias que los acompañaban en el estudio a diario.
Y a mí no me salen las cuentas. Porque si la mitad de tu sueldo se va en pagar a extraños para que se ocupen de tus adolescentes, ¿te sale rentable trabajar?
No puedes ir a la dirección e Recursos Humanos de tu empresa y solicitar una reducción de jornada para hacerte cargo de un menor si éste no es menor de ¿cuánto? ¿4, 6 años?.
Tienes que explicar, a todo aquel que quiera escuchar, que son pocos, que a tu niñ@ le salen pelos en las piernas y en sus zonas íntimas. Esto último lo intuyes porque ya no te deja entrar en el baño cuando se ducha.
Debes convencer a tu interlocutor de que estás aterrada porque le has tenido que poner una línea de móvil para que te llame si pierde el autobús a sus clases de organización del tiempo. Y, que en lugar de tranquilizarte, estás para tirarte por la ventana del Metro (si te cupiera el culo) porque tiene acceso a TODO internet.
Porque sí, claro que le has puesto la aplicación de control parental, pero tiene WhatsApp y sus amig@s le mandan porno.
Explícales que has encontrado multitud de papeles de chicle por su dormitorio y los bolsillos de los vaqueros, esos que religiosamente vacías antes de lavar, y piensas que puede estar coqueteando con el tabaco.
Porque rezas para que ojalá sea solo con el tabaco.
Esgrime tus temores hacia el alcohol y los comas etílicos en niños de 12 años.
Hazles un Power Point con el inicio de las relaciones sexuales a partir de los 13 años.
Yo no quiero una generación perdida llena de aspirantes a tronistas o a habitantes de la casa de Gran Hermano.
Si entre el público hay alguien con mano en temas sociales, agradecería apoyo y máxima difusión. Mis hijos ya no tienen arreglo. Ya me he perdido media vida dándolo todo por mi empresa, cuando, en realidad, mi empresa más importante debería haber sido la suya.
¿Tus hijos tienen llave desde pequeños o los recibes tú en casa con los brazos abiertos?