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El día de la madre

El día de la madre

Escribo esto un domingo 2 de mayo de 2021. En un día de la madre que no tiene un día fijo. Siempre me ha parecido un insulto, una manera de relegarnos a la cocina. Cualquier domingo, para que no libren, que no haya un día extra de vacaciones para ellas. Una madre nunca libra.

Hoy me he levantado bañada en unas lágrimas que se arrastran por mis mejillas relamiéndose de placer mientras yo me marchito por exceso de agua, al contrario que mis plantas, declaradas en huelga de crecimiento pese a mis desvelos.

El batacazo de hoy era previsible, llevaba demasiados días viviendo en una euforia que tenía los días contados, una felicidad insultante para todo aquel que se atrevíera a mirar. Habían sido demasiadas buenas noticias que se han ido transformando en mini tragedias a escala de mi ínfima participación en el mundo. Porque solo somos hormigas en medio de un inmenso Universo. Los síes redondearon sus vocales hasta hacerse noes rotundos y —creía yo indoloros, ingenua de mí—tremendamente dolorosos.

Quiero saber si hoy tengo que hacer algo especial, si mis sentimientos más profundos tienen que aflorar de alguna manera, porque últimamente solo siento una profunda preocupación por mi estado anímico, por esa desconexión con los demás y sus tragedias mundanas. Quiero saber quién me ha robado la empatía. Dónde se esconde mi capacidad para sufrir con los demás, para vivir con los sentimientos adheridos a mis pecas, las que habitan todos y cada uno de los milímetros de mi piel.

Me pregunto qué reflexión harán hoy mis hijos de mí como madre. Estoy segura de no superar la prueba con nota. No todavía. Aún nos quedan muchas diferencias que limar, muchos reproches que sanar, muchas negativas que aceptar los unos de los otros.

Es posible que en muchos hogares se esté preparando una comida para celebrar a esas madres coraje que han hecho todo y más por sus retoños. Yo siento que no he sido una madre completa, de esas que merecen una mención con todas las letras en mayúsculas. Que necesitaba que alguien me dibujara unas líneas que marcaran mi casillas de salida y reposo en este difícil juego de criar, cuidar, educar, formar, comprender, encajar golpes, indiferencia y desprecio, llantos, desengaños, frustraciones…

No me gustaron jamás los niños y, sin embargo, adoré a los míos, aunque siempre me pareció un papel muy complicado. Tomar decisiones sobre una vida ajena cuando ni siquiera estaba segura de tomar las más correctas en la mía. Cada día consistía en tejer una trama con hilos entrecruzados entre esos seres diminutos que dependían de mí. Tapaba los nudos que no sabía deshacer en la parte trasera de un tejido que debía quedar a la vista de todos. No sé si también de su juicio, eso ya no importa. Y las comparaciones. Mirar a derecha e izquierda y ver el devenir de los viajes de las otras familias y sentir que en tu maquinaria faltaba una pieza. Ahora me doy cuenta que era el preludio de la vida de Instagram con sus filtros de cafés con corazones pintados con una perfecta espuma. Disfrazar la realidad con seda te ayuda a olvidar las miserias de la realidad. No hay filtro que tape ciertas cosas, el truco está en no fotografiarlo.

Hoy, casi dos años después de haber tomado una de las decisiones más importantes de mi vida (y también creo que la menos acertada) tengo miedo de que tras haberla «cagado» durante más de veinte años, esta haya sido la guinda perfecta de un amargo pastel.

 

el dia de la madre

Reflexiones que no me van a llevar a ningún sitio. Creía que el síndrome del impostor solo atacaba en el terreno laboral o artístico, pero no. Golpea fuerte y contundente también en el plano personal, en lo más íntimo, en mi obligación más importante.

Hoy no parezco recordar las veces que ellos me han dicho que soy la mejor madre del mundo, olvidando todas aquellas que, en pleno proceso de abandono de la infancia y sus rizos inocentes, me dijeron que me odiaban.

En este mundo pandémico me machaco queriendo despojarme de las culpas con las que me visto todas las mañanas: si hubiera sido más firme, si no me hubiera comportado como una colega aquel día, si no hubiera consentido lo que no es propio de una madre… ¿habría arreglado algo? ¿Si mis cachorros fueran proyectos de médicos o ingenieros tendrían un mejor futuro que el que a día de hoy se vislumbra?

Desapego. Esa es la palabra. Porque cansada de tanta batalla, ahora las fuerzas me piden abandonar la guerra y pensar en mí. Y no pienso en los daños colaterales, pero es que siento que interpreto demasiados personajes en esta obra y ni soy tan buena actriz ni tengo tanta capacidad.  Quiero achacar este desagradable y frío modo de comportarme al uso de antidepresivos durante años. Necesito justificar que son ellos los que han levantado una barrera asfixiando mis sentimientos. No quiero ser un monstruo parecido a El gigante egoísta, uno de los cuentos más bellos y tristes que he leído.

Esta misma semana, tras casi un año sin ver a mi amiga-hermana, y mientras me confesaba que anímicamente estaba arruinada y llorosa y que ella no era así, le pedía que se permitiera estar mal, llorar y no jugar siempre a ser fuerte y poderosa. Y yo me he encerrado a cal y canto en el despacho, escondida de todos y sin ganas de entrar en la ducha. Quisiera pasar todo el día de la madre siendo una mala madre, una piltrafa llorona aterrada por un futuro que no vislumbro. Estoy agotada de ser fuerte y optimista.

Me siendo una loca irresponsable, invirtiendo mi tiempo y capacidades en un sueño que lo más probable es que sea una ilusión infantil y no soy ninguna niña. Hace mucho que ya no.

Hoy no habrá flores en mi casa, ni una idílica estampa repleta de sonrisas en la mesa a la lora de comer. Dudo incluso que tenga la fortuna de comer con mis hijos un domingo del mes de mayo que dicen que es el día de la madre.

Quisiera ser como mi amiga Susana que NECESITÓ ser madre sin un padre. No hay mayor prueba de amor, vocación y dedicación. Porque si es duro con alguien a quien mandar calentar el biberón no quiero imaginar lo que puede ser en solitario. Y al mismo tiempo lamento el pesar de todas aquellas amigas y conocidas como Mónica o Miryam, que quisieron serlo y no pudieron. Ellas sufrieron en su día y luego aceptaron la vida sin hijos como un regalo. Y me aferro a la admiración por heroínas como Eva o Icíar, que perdieron a sus hijos cuando eran apenas unos niños o adolescentes y me desgarro del dolor por el vacío que llenará un día como hoy. Todas ellas son madres también, no unas más que otras.

Y mientras vomito mi desazón, mi móvil no deja de avisarme de que ahí fuera hay un mundo que celebrará el día, mujeres orgullosas de ser madres y satisfechas con el papel que han hecho, hacen y harán. Mujeres deseosas de compartir esa felicidad con todas las inconscientes que decidimos traer nuevos seres a un mundo hostil.

Transpiro fracaso y vuelvo a mandar al carajo todas las normas que me dicen que si quiero que me lean y me conozcan debo hablar de lo que le interesa al mundo, no a mí. Porque hoy doy por cierto que no soy la única que se siente un fracaso como madre. Un fiasco, un desastre total.

No busco consuelo, ni filiaciones de ninguna clase. Necesito que en este rincón la sinceridad impregne todos los rincones, una fragancia reconocible al entrar. Un aroma que te diga que estás en tu casa, donde puedes quitarte los tacones para andar descalza.

Felices días amigas madres y no madres. No solo el domingo es nuestro día, todos y cada uno de los segundos de nuestra existencia estarán marcados por ese título honorífico.  

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