De niña, nuestras películas españolas estaban plagadas de puteros escondidos. Hombres que eran mucho más machos alfa si dejaban volar sus instintos a la vista de unas piernas. Fariseos con pancartas de “estoy casado, pero me gustan todas las mujeres más que la mía”. Pícaros que se pasaban los veranos de Rodríguez en la ciudad, babeando por cualquier minifalda que se les cruzara.
¡¡Ay, los 70!!
Y se acuñó el término estar de Rodríguez, una libertad desconocida. Una pasión por los veranos que ha ido pasando de padres a hijos y que ha llegado hasta nuestros días.
Hoy es complicado quedarse de Rodríguez. Y no es por no querer, es que con la liberación de la mujer se nos acabó el chollo de los tres meses de vacaciones en playas o pueblos de interior o montaña junto a nuestros hijos.
Creo que sería necesaria una revisión del contrato de liberación e igualdad, que lo mismo, ahora no firmamos con los mismos términos…
Yo, que tengo la fortuna de contar con la posibilidad de la huida cuando la responsabilidad no me asfixia, este año me he hecho una escapadita para respirar. Necesitaba sentir que era capaz de vivir sola, aunque he tenido unas semanas ajetreadas a nivel animal. La fauna española ha decidido visitarme y todos ellos tenían pluma. Y no hablo de orientación sexual.
He descubierto muchas cosas durante los 21 días que me he levantado y acostado sola. Sin nadie con quien hablar. Sin nadie a quien responder. Sin nadie a quien cuidar. He descubierto, por encima de todas las verdades universales, que estar de Rodríguez está sobrevalorado.
Mi imaginación se montó una bonita película en la que la soledad me impelía a escribir como una loca, madrugaba a diario para dar largas caminatas beneficiosas para mis anquilosadas piernas, olvidaría la cerveza por un tiempo y sería 100% sana y productiva.
¿Me he fallado a mí misma o es que todavía no me conozco lo suficiente?
Porque no ha salido ni una palabra de mis dedos, he madrugado, pero no he salido a caminar ni un solo día; he reducido el consumo de cerveza, pero no la he abandonado y, lo peor de todo, ¡he echado terriblemente de menos a mi familia!
¿Pero qué mierda de Rodríguez soy yo? ¿Acaso es porque soy mujer? ¿O porque me comporto como una tonta?
Pongamos todos los ingredientes en la coctelera y saldré yo, con la mano levantada haciendo alarde de mi dependencia de los demás.
Siempre digo que adoro a mis hijos, pero la naturaleza no me concedió el don de ser LA MADRE. Con mayúsculas. No en esta etapa de su vida (bueno, y de la mía) en la que están tan insoportablemente aborrescentes a pesar de que rozan ya la edad adulta. Son sucios, egoístas, sufren constantes altibajos en su carácter y lo mismo te adoran que te odian y requieren tanta atención cuando se aburren…
Las rarezas de mi esposo forman parte de mí tanto como el mapa de las pecas de mi cara. Y a pesar de que lo nuestro no son las largas conversaciones a la luz de la luna, su manera de estar sin estar es confortable, como ese sofá en el que has dejado la marca indeleble de tus curvas y en el que te sientes en casa.
Una vez pasado el período de desintoxicación familiar, empecé a preguntarme qué sentido tenía estar sin ellos si tampoco estaba sacando el provecho que había soñado despierta. Me aburría, igual que mis hijos, ¡horror!
Pues, yo necesitaba mambo, broncas, cocinar para alguien, levantarme con un plan concreto en la cabeza, conversar con mi hija de sus trascendentales temas de sus escasos 19 años, ser madre y amiga, ser esposa y amiga. Ser, sobre todo, amiga, que es lo que mejor se me da con ellos, porque los papeles en los que se requiere responsabilidad no siempre los bordo, a pesar de mis grandes dotes de actriz, que las tengo.
Descolgué el teléfono y supliqué que vinieran. Como lo lees…
Sé que estás pensando que soy una loca, que estaba tirando por la borda la oportunidad de mi vida. Pues tengo que decirte que ESTÁS EN LO CIERTO.
Llegaron y con ellos el caos.
La ropa sucia desborda del cesto, nunca tengo agua lo suficientemente fría ni suficientes cervezas en la nevera. Los melocotones vuelan antes de que haya acariciado su tersa piel. Encuentro zapatillas por el pasillo, corremos para pillar el mejor sofá para la siesta, paso calor en la cama porque ahora duermo en compañía, tengo que tirar de la cadena del baño antes de sentarme porque hay quien piensa que eso es ahorrar agua y beneficioso para el planeta…
Vuelvo a contar los días que faltan para que regresen a casa. Porque sí, has leído bien, me vuelvo a quedar de Rodríguez. Solo una semanita más. Una descompresión antes del obligado retorno a la rutina, a otro año lleno de todo lo que me satura. Para que me dé el tiempo justo de volver a echarlos de menos y cogerlos con ganas. Por si acaso el año que viene no tengo oportunidad de repetir, que ya sabes lo que dicen: vive cada instante como si fuera el último en el que vas a respirar. Y nunca me había parecido tan real.
¿A ti te gusta estar sola? ¿Mucho tiempo? Dime cómo rellenas tus horas para no sentirme tan rarita.