Estoy agobiada. Hace muchos años, más de un cuarto de siglo, que me descatalogué del mercado del ligue mediante un noviazgo serio y, de repente, me entran los hombres por la red. Y no sé cómo gestionar los ligues espontáneos de la red de redes.
No entiendo qué cambio se ha producido en los famosos y ocultos algoritmos de las tripas de Facebook, pero a mí me entran tipos de los cinco continentes.
Todo es un complot de las redes sociales. O de la crisis económica, vete tú a saber.
El caso es que, desde hace apenas unos días, mi Facebook está que echa humo. Todo son peticiones de amistad de hombres de todo el planeta. Como si fuera Tinder.
Tinder es la red social de citas por excelencia, aunque personalmente más bien la considero la red social del folleteo.
Es como una especie de muestrario de piel humana. Vas pasando páginas de hombres o mujeres que enumeran sus bondades y callan sus defectos, como todo buen catálogo de productos de charcutería, y tú puedes votar a los que te gustan y aquellos a los que no tocarías ni con un palo.
Si el gusto es mutuo suele surgir una cita con un alto índice de probabilidad de revolcón.
Y luego, existen dos opciones: si te he visto no me acuerdo, o bien, una nueva cita para otro revolcón.
Tinder es el paraíso de los empotradores.
En Tinder no solo hay solter@s que se decantan por el camino más corto, sino que más de un matrimonio ha terminado en el juzgado firmando la separación porque uno de ellos, o los dos, pasaban más tiempo en Tinder que en casa…
Entiendo que te hagas esa pregunta. Es posible que te lo esté describiendo como un burdel.
Y lamento confesar que no tengo ni idea de si hay intercambio mercantil, que a pesar de que me ves muy puesta, juro por lo más sagrado, que son las teclas de mi ordenador, que yo no he entrado nunca en Tinder.
Y si no me crees, pregúntale a mi marido.
Pero como Google te lo cuenta todo, como una buena comadre, le he preguntado y me ha dicho que sí, que lo es. Aunque también existe una versión premium por la que pagas y entonces te conviertes en el primero que aparece en la lista de posibles conquistas.
Interesante… ahora sí que empieza a parecer un burdel… solo falta el champán.
Entonces, si Tinder es gratis, ¿qué está pasando en Facebook?
Que sí, has leído bien. El nuevo portal de citas por internet es Facebook.
Desde hace un tiempo tengo centenares de peticiones de amistad en mi perfil personal de hombres de todas las edades. Al menos de todas las edades que pueden fijarse en una madre de adolescentes guerreros sin verse obligados a mirar hacia otro lado.
Y no, no soy una MILF.
Al principio no daba crédito. Soy muy celosa de mis redes a nivel privado, pero claro, con este lío de personalidad múltiple en el que me he metido yo solita, muchas veces me resulta complicado saber dónde poner el límite. Incluso, en ocasiones, no sé desde qué perfil estoy actuando, al fin y al cabo, todas ellas soy yo, parafraseando el título de la novela de mi amiga Cruz Galdón. Porque es posible que todo aquel que entre por mi perfil personal sea amablemente derivado al profesional.
Recuerdo que, con 18 años recién cumplidos, vacaciones de verano, discoteca a pie de playa, piel bronceada, vientre terso, ausencia de juanetes y pelos fuera de lugar, me presentaron a un Borjamari al que ya conocía hacía años. Pero él no había reparado en mí hasta entonces. Me dolió que no fuera capaz de relacionar a aquella Mar con la de veranos anteriores, pero unas lentillas obran milagros en la autoestima y la visibilidad. Mi querido Borjamari, después de un saludo convencional con un beso en cada mejilla, me invita a ir a la playa con él.
En el lenguaje de los 80 tardíos irse a la playa con un tío era terminar con el culo lleno de arena, ya me entiendes. Cuando le eché en cara que iba demasiado rápido me respondió que no podía perder el tiempo.
No se me ocurrió mirar su entrepierna por si ya iba empalmado cual empotrador de la pradera… Mi madre me había educado demasiado bien.
Desde el domingo, desayuno con los recuerdos de aquel Borjamari. Al menos él tenía una juventud lozana. Esa era la manera de ligar que nuestros descendientes se están perdiendo ahora.
En 2020, cientos de jubilados me están tirando los tejos en Facebook. Cientos de jubilados a los que no conocía y que, ¡tonta de mí!, pensaba que entraban en mi perfil por mi faceta de escritora, por esa divertida novela que presenté en un canal de YouTube…
Han desembarcado en mi cuenta los Josemaris. Y vienen todos con una prisa quepaqué.
Me han llamado vía Messenger. ¡Videollamada!
¿Y si descuelgo y me encuentro con algún colgajo aparte del chorizo de la cocina?
Que la gente está muy sola y muy necesitada de cariño, lo sé, soy consciente, pero que lo busquen en otras cuentas. Yo no he dado pie.
No hay una sola foto mía en el perfil en la que muestre un centímetro extra de piel. Escondo hasta los ojos detrás de unas gafas de sol. Los primeros planos son muy analíticos con las patas de gallo.
No tengo ninguna actitud sexi ni sensual, no llevo los labios pintados, no luzco escote sino jersey de cuello cisne… ¿qué más puedo hacer para que me dejen en paz?
No busco lío, no comparto fotos sexis, no hablo con desconocidos por mucho que lo intenten… Y lo intentan, ya lo creo. Insistentemente.
Yo no, hasta hoy. Cuando tres desconocidos me han intentado contactar. Tonta de mí he intentado justificar mi ausencia de respuesta diciendo que no tengo nada que hablar con ellos y uno me ha dicho una barbaridad de tal calibre que todavía estoy tratando de recuperarme.
¿Es esto el amor en tiempos del covid?
Puede que sí. Como no nos dejan explayarnos en los bares y han cerrado la mayoría de los clubes por contagios a las pobres trabajadoras, hay desagradables tratando de conseguir sexo virtual gratis. Si no, no le encuentro otra explicación.
Prefería el amor en los tiempos de la no pandemia. Cuando la gente se te acercaba, normalmente con un poco de educación, te preguntaba tu nombre, se preocupaba por si estudiabas o trabajabas y luego te invitaba a una copa si veía posibilidades.
Ahora, las corridas van sin toro. Solo con estoque para ir directamente a matar.
Estas cosas son las que me hacen sentirme mayor y anhelar las costumbres de mi juventud cuando hablábamos de hacer el amor y no de follar (con perdón del término).
Ya no hay juego previo, ni llamadas telefónicas a escondidas en las que no había manera de que uno u otro colgaran el teléfono. No conocen los nervios ante la incertidumbre de si ese día te encontrarías o no con tu amor en el local al que acudirías junto a tus amigas.
Lo malo es que los patéticos que me preguntan lo primero si estoy soltera y que me llaman insistentemente tienen más años que yo y resultan de lo más desagradable.
Señores, limpien bien sus gafas y háganme caso:
A Facebook lo que es de Facebook y a Tinder lo que es de Tinder.
Cuéntame, ¿a tí también te lanzan fichitas en Facebook?