Platón era un señor bajito y un poco filósofo, que vivió en Atenas en el siglo IV. En las fotos de Google no sale muy favorecido, tiene cara de pocos amigos y una expresión pétrea, así que por eso se inventó el amor platónico, para hacerle creer que había aportado su granito de arena a la Humanidad.
Aunque, resulta que su definición no tiene nada que ver con la que hemos adoptado en la actualidad. Platón decía que el verdadero amor es el amor a la sabiduría, al conocimiento, por lo tanto el amor platónico no es el amor al ideal de una persona sino el amor a conocerla y por saber de ella.
¿Encuentras algún parecido de este amor platónico por el novio de adolescencia que has perdido en el transcurso de tu vida? Yo, no.
Mi amor platónico es un niño de 18 años, igualito que Tom Cruise, que chuleaba a mi hermana cuando me agarraba de la mano para alejarme del ruido de los pubs de moda y se negaba a decirle dónde me llevaba.
Es una discoteca en la Costa del Sol, casi vacía, en la que sonaba I want your sex de George Michael y que solo bailábamos él y yo, como interpretando un anuncio de preservativos.
Es una docena de cartas de letra irregular y matasellos de Madrid.
Es sentir que me faltaba el aire cuando un recuerdo suyo me asaltaba por la espalda.
Es un zippo rosa de Abadie, una pulsera con mi nombre y una fecha grabados y dos fotos unidas por un clip.
Es una despedida. Una frase que aún recuerdo y que sigo sin entender. Una razón pueril para justificar la ruptura.
Un amor platónico es una espinita que se te queda clavada durante tantos años que ya ves imposible extirparla de tu vida. Representa el amor imposible, lo que pudo ser y no fue. La idealización de todas las novelas románticas, rosas, erótico festivas o lo que quieras leer.
Soy curiosa por naturaleza. No cotilla, curiosa, y no me gusta dejar las cosas a medias. Aunque esta frase tendré que releerla más adelante, porque sí que hay cosas que dejo a medias. Pero eso es asunto para otro día.
Mi curiosidad no ha matado al gato, porque, gracias al cielo, antes llegó Facebook.
¡Qué gran invento! ¡Qué bonita manera de espiar por la mirilla de la vida ajena sin que se entere nadie!
Facebook es la brújula de los amores platónicos. Las migas que dejó Pulgarcito son propias de un principiante comparado con las pistas que vamos dejando en las redes.
Y resultan una bendición cuando te quieres quitar esa espinita porque ya tienes muchos años y te pica un montón la herida.
No sé qué pensarás tú, pero yo tengo cada día más claro que idealizamos lo que no tenemos. Puede que me repita en mis argumentos, pero siempre digo que las morenas quieren ser rubias, las rubias pelirrojas, las del pelo rizado mueren por un alisado japonés y las poseedoras de una melena lacia se decantan por las ondas surferas o unas permanentes muy "demodés". Nunca estamos conformes con lo que nos toca en el reparto y anhelamos lo que no tenemos por considerarlo mucho mejor.
Cuando tienes una joya en casa, o estás a punto de adquirirla, hay que saber que lo que has conservado en tu recuerdo como un diamante en bruto solo es un fragemnto en bruto de carbón. Por si me he pasado de frenada con la metáfora, cuando digo joya me refiero a pareja. Por mucho que te cueste asociar esos dos términos, se puede dar el caso. Aunque cueste creerlo.
Si en tus sueños sufres constantes asaltos de personajes a los que subiste al pedestal de la perfección, hay que dejar la plancha y tirarse a la calle a encontrar la verdad. Porque siempre está ahí fuera, y si no, que se lo pregunten a Scully, que no pasaba ni media hora sentada tranquilamente en su despacho. Eso, y que el pesado de Mulder siempre le decía que tenían que ir a buscar marcianos...
Así que un día dejé la colada a medias y contacté con mi espina en cuestión.
Me temblaron las piernas y la voz, pero conseguí articular palabra (escrita; aún no existían los mensajes de audio). Incluso cerramos una cita para comer y contarnos qué habíamos vivido todos estos años.
Tenía la intención de acudir divina de la muerte para que se diera cuenta de lo que se había perdido, pero el azar es más caprichoso que un adolescente en las Rebajas de adidas.
Tuve la mala suerte de que ese día no estaba yo especialmente mona. Y, para matar el gusano del amor platónico, hay que estar relinda. Pero el destino, que siempre se las sabe todas y es mucho más listo que todos nosotros juntos, fue quien me dio un mal día para el reencuentro.
Mi mini Tom Cruise de los ochenta se había convertido en una versión afinada de Fernando Esteso. Su otrora pelo rebelde y tupido se había transformado en una amplia frente con pelillos de topo en los laterales. Su atlética figura ahora era una oronda redondez. Sus ansias de aventuras, eran ganas de buscar bronca.
Antes de empezar ya sentía la necesidad de huir. Recordaba las horas perdidas haciendo grande un amor que empezó pequeño. La adolescencia acrecienta cualquier sentimiento con el que se topa.
Mientras él repasaba su existencia, yo tallaba mentalmente el diamante con el que había decidido compartir el resto de mi vida. Ahora sí, libre de espinas, capullos y amores platónicos.
Dos besos marcaron la ruptura del último hilo que nos unía, el que había impedido el cierre de una leyenda que yo misma inventé. Y, mucho más ligera de lo que había llegado, retomé con mayor seguridad el camino que había elegido.
Sin espinas, sin capullos, sin amores platónicos, sin tontás de ningún tipo.
Solo con un buen recuerdo de cuando era una niña y lo vivía todo como si no hubiera un mañana garantizado con la misma intensidad.
Me he sacudido el polvo de los viejos recuerdos, esos que tiñen de sepia las fotografías en color y las embellecen.
Si existen las medias naranjas, limones o melones, yo ya tengo el que está hecho para mí. Totalmente opuestos, y por lo tanto, complementarios.
El sí que es mi amor platónico. El de Platón, no el de la literatura.
Seguro que tú también tienes algún recuerdo oculto que compartir. ¿Me lo cuentas?