Hace ya lo que parece una eternidad, se forjó el famoso NO ES NO para aquellos que no entienden el poder de esas dos letras juntas
Sin embargo, este "no es no" no se corresponde con reivindicaciones feministas. Hoy no.
Y es que soy madre. Soy muy mala madre. Y no porque forme parte de mi querido Club de las Malasmadres, que no es por no querer, es que se me ha pasado el arroz.
No me estoy fustigando por los siglos de culpa que llevo en la espalda. Soy porteadora incansable de toda la mierda que alguien me quiera echar encima. Aparte de la que llevo yo de nacimiento. Nací con el drama adherido a mi piel.
Espero con todas mis fuerzas que os estéis preguntando por qué vengo hoy tan fuerte con la tragedia, porque si no, me voy a calzar un discurso que os va a resultar incomprensible.
Me explico: siento que he sido muy mala madre porque no he sido firme. No lo soy a día de hoy. Porque por mucho que lo intente, quiero interiorizar que un no es no y no logro casi nunca llevarlo a término. Como un buen embarazo.
Aunque tengamos que tirar de la maldición bíblica del "parirás con dolor".
Soy portadora del estigma de muchas mujeres por el que nos sentimos menos madres por no estar todo el tiempo del mundo con nuestros retoños. Por haberlos abandonado en una guardería con 4 meses escasos. Por no destilar amor irracional incluso cuando eran unos aberronchos de cuidado...
He convivido con compañeras de trabajo, excelentes profesionales, que perdían toda su capacidad laboral al dar a luz. Pasaron de interesantes conversaciones sobre marketing, rentabilidad, proyectos y plazos a cacas, pañales, eructos, horas de sueño y vacunas.
Nada más. NADA.
Y he sentido lástima de mí misma por no haberme dejado abducir por ese abnegado amor maternal que sentían ellas. Me he creído carente de sentimientos profundos por no querer pasarme 24 horas al día, 7 días a la semana hablando del color de las deposiciones de mis bebés.
¡Valiente coñazo hablar de caca si no es en un chiste!
He sufrido los juicios inquisitorios por regañar a mis hijos en el supermercado. Abochornándome entre los susurros de los que pedían con rabia que viniera Supernani a arrojarme a los infiernos.
Pues muchas gracias, queridos congéneres, tanta crítica social ha hecho mella en mí.
Consciente de que los niños necesitan límites, los he impuesto y he dicho que no cuando tocaba... Para decir que sí poco después. En cuanto se portaban como esperaba.
¿Qué he conseguido? ¿Cuáles son los resultados de esta terapia sin rigor alguno? ¿Qué sucede cuando un no es un sí?
Toca sesión de autocrítica, y puedo ser demoledora.
La primera consecuencia que me viene a la cabeza tiene que ver con los tiempos. Mis hijos están tardando más que otros en salir de la adolescencia. Y la etapa de marras ya es larga de por sí, así que Señor dame paciencia, porque como me des un coche, me piro y no me vuelven a ver el pelo hasta el día de la boda. O del arrejunte como dice mi madre cuando dos viven sin contrato eclesiástico. Pero que se vayan de casa algún día también debería estar estipulado en el contrato de maternidad.
Con esta mi falta de critrerio, les he sometido a terribles vaivenes, pero, curiosamente, no he acabo con su sentido de la orientación vital. Tienen clarísimo lo que quieren en su vida y cómo conseguirlo. Otro tema es si es lo correcto. Me explico: quieren ir a todas las fiestas que puedan y tomarse unas copitas con los amigos y necesitan conseguir dinero. Pero sin trabajar.
Supongo que fruto de tantos años de experiencia por fin me ha llegado el momento de saber mantener una negativa. Ahora entiendo la necesidad de cultivar el no es no para que mis cachorros aprendan una serie de lecciones imprescindibles para la supervivencia:
No hay dinero sin trabajo.
No hay trabajo sin esfuerzo.
No hay madre sin sermones.
No hay acciones sin consecuencias.
Lo malo de esta maravillosa etapa es que no hay manuales certeros que te orienten, y lo digo con pleno conocimiento de causa, porque cuando más perdida estaba tiré de brújula en forma de libros que me desvelaran el secreto de la convivencia con adolescentes.
Por desgracia, no saqué nada en claro. O, posiblemente, no supe aplicarlo con la suficiente paciencia. Debió ser una mezcla explosiva de la jornada laboral a tiempo completo, sumado a una hora de desplazamiento de casa al trabajo, más el hartazgo de toda una vida, que también las madres tenemos derecho a estar hasta el moño, oiga.
Por el momento, mi canoso esposo y yo, hemos montado simulacros de evacuación periódicos para cuando decidamos escapar. Y progresamos adecuadamente. De hecho, una vez nos fuimos un par de días y no se dieron cuenta. Como tampoco se la dan de que estamos, tenemos los horarios cambiados y cuando ellos se acuestan, nosotros nos levantamos y viceversa.
En estas huídas perfectamente milimetradas vamos a lo que será nuestro retiro en un futuro, para cumplir con la ley vital de que los hijos deben alzar el vuelo y abandonar el nido. Y si no se muestran muy por la labor, darles un pequeño empujón. O grande, depende de la voluntad que muestren para desplegar las alas para otra cosa que no sea levantar polvareda a su alrededor en un parking cualquiera mientras hacen botellón.
Volviendo al nido para el retiro marital... es el lugar perfecto para una pareja de mediana edad que quiere a sus hijos muchísimo, pero los prefiere cuando están un poco lejos. Consta de dos dormitorios, uno de ellos para invitados con colchones no muy confortables, un armario pequeño, un único baño, ubicado en un tercero sin ascensor y en un pueblo sin discotecas. De esta manera, nos garantizamos alguna que otra visita, pero no un inquilino o dos de por vida.
Ya estoy haciendo acopio de tuppers de los buenos de cristal para cuando tenga que repartir raciones de cocido y croquetas como una amantísima matriarca. Al tiempo que les paso enlaces de pisos que se alquilan por habitaciones.
Por algo hay que empezar.
Y espero con todas mis fuerzas que nadie me juzgue mal, porque creo que estamos haciendo lo correcto.
Dicen las estadísiticas, que de media, en nuestro país, la adolescencia se extiende hasta los 29 años o... Y yo no me siento tan vocacionada como madre para serlo de pleno ejercicio TOOOODA la vida. Voy a serlo siempre, pero no quiero tener que serlo por obligación. Y menos cuando sea mayor, que ahora solo soy viejenial.
Deseo que mis hijos vuelen alto, pero sobre todo, solos.
Así que me he apuntado a unas clases particulares para seguir practicando las negativas, porque aún no las tengo perfeccionadas, por increíble que parezca.
Voy a poner una vela blanca para que quienes leéis esto, no me pongáis una vela negra por bruja. Y para que me contéis vuestras experiencias con hijos mayores de edad, por protección del menor, de los otros no deberíamos hablar.