¡Se acabó! No pienso seguir ocultando que me gusta leer sobre el amor.¡Soy una fanática de las novelas rosas!
Si ya has leído alguna entrada de este blog, creo que habrás llegado a la conclusión de que debajo de tanta capa de acidez y humor propio, se esconde una romántica empedernida. Sí, hablo de mí. Otra vez.
Todo empezó cuando aún no había alcanzado la categoría de adolescente. En aquéllos primeros 80, no eras pre adolescente, ni entrabas en la pubertad, en mi estupenda familia te convertías en una "pollita".
Y mucho cuidado con intentar hacer crecer el apelativo, que no funciona así la cosa.
Solo pollita.
Y ahí estaba yo, toda amarilla y blandengue, cuando cayó en mis manos la primera de las miles de novelas rosas que llegaron a continuación. La autora, la grande, incomparable y exquisita Luisa María Linares.
¿Que quién era esa? ¡Cuánto daría porque algun@ de vosotr@s hubierais leído alguna de sus obras! "Un marido a precio fijo", "Casi siempre te adoro", "No digas lo que hice ayer", "Escuela para nuevos ricos"... ¡Eran otros tiempos!
Todos ellos contenían el mismo patrón de historia: chica conoce chico. Chica rechaza chico. Chico desaparece. Chico reaparece. Explosión de amor.
También estaba la estructura de chica conoce chico. Chica odia a chico. Chico ama a chica. Explosión de amor.
Yo había empezado a leer muy joven. Y no solo las maravillosas historias de "Esther y su mundo" (que también tiene un volumen en el que se convierte en cuarentona, como todas nosotras), sino también libros sin ilustraciones, solo llenos de letras por todos lados. Pero, una vez que probé las mieles de las novelas románticas no las puede abandonar jamás.
Creo que me leí todos los títulos de aquella autora, los prestados, los comprados y los regalados.
Con los años, no solo no he abandonado el género, sino que lo cultivo con orgullo.
Después de leer "La madre de Frankestein", de Almudena Grandes, necesité algo que me quitase presión del pecho, por ejemplo, algo de Isabel Keats. "Algo más que vecinos" me dejó fascinada. Ese cortejo lleno de vaivenes, de giros inesperados que te hacen creer que ya está todo perdido y más tarde te devuelven la esperanza. O al revés.
Y si por recomendación de algún maestro Jedi me leo a ratos "El guion" de Robert McKee, necesito una fase de descompresión con algún libro de Ana Martín Méndez. "Veinte comedias de amor y una noche desesperada" me chifló. Ana escribe muy bien. No solo se nota que tiene un vocabulario magistral sino que sabe meterte en la piel de la protagonista, de sus sentimientos, sus frustraciones. Y se desarrolla en Escocia... ¡ese movimiento de las seguidoras de los empotradores!
Después de terminar "El Jilguero", de Donna Tartt me tiré de cabeza a Rosamunde Pilcher.
Hay que reconocer que la jodía tiene nombre de teutona regordeta. ¡Qué gran nombre para una autora como ella!
No recuerdo cómo nos conocimos. Estoy casi segura de que alguna lectora voraz me habló de ella. Lo que sí tengo claro es que lo primero que cayó en mis manos fue una edición de bolsillo de "Los buscadores de conchas". Y desde entonces sigo rendida a sus pies.
Sería pueril catalogar a Rosamunde Pilcher como autora de novela romántica. Lo que ella hace es mucho más grande.
Para empezar, porque en el común de las historias cuyo centro es una historia de amor, el resto de avatares de la vida quedan relegados a un segundo o tercer plano.
En casi todas sus novelas hay una trama secundaria de problemas familiares, huérfanas a las que les hace falta un abrazo, sentimientos reprimidos y, sobre todo, grandes dosis de paisaje.
Muchas de sus obras transcurren en Escocia. Las grandes mansiones, los hombres encantadores y algo rudos, las damas delicadas... pero nada de empotradores.
Dicho desde el cariño, el respeto y la admiración, que conste. Que ya me gustaría a mí...
Yo, ahora, soy incapaz de imaginar a ningún escocés feo, enclenque o mal amante. No tengo intención de comprobarlo en la vida real, pero dejad libre mi imaginación.
Sin embargo, no todo es tan rosa como lo pintan en las novelas...
No hay que creerse lo que nos cuentan porque se te llena la cabeza de pájaros. Yo siempre esperé encontrar al hombre de mi vida en un corcel blanco (en versión moderna podría haber sido un descapotable color miel), con ojos pícaros, un pasado misterioso y un alma atormentada al que yo salvaría, terminando en una boda de cuento tras la que descubriríamos una herencia que nos solucionaría la vida para criar a nuestros cinco maravillosos hijos.
Lo malo es que se cumplió todo. O casi todo.
De la herencia aún no tenemos noticias, veinticinco años después. La boda fue de cuento porque una invitada llevaba un atuendo inexplicablemente similar al de la madrastra de Blancanieves y su alma atormentada sigue igual. Es su carácter. Como el mío tendente a la depresión. Hijos tuvimos solo dos, y el cielo nos libre de haber tenido más. No estaría hoy contándolo con tal ligereza.
Aun así, no hay que renunciar a una buena novela de amor. Con los pies en la tierra, eso sí. Que la vida no es un cuento, ni falta que nos hace. Mejor inventar nuestra propia historia.
¿Me cuentas cuál es tu novela rosa favorita? Y si no te gusta el género, comparte el porqué. Nunca es tarde para aprender.