No sé si es un defecto de fábrica o una tara generacional, pero el sentimiento de culpa persigue a las mujeres.
Desconozco si compartimos este defecto con el sexo contrario, aunque ellos son poco dados a compartir sus sentimientos, así que seguro que éste nos lo han dejado enterito a nosotras.
Empecemos por el principio:
Como no podría ser de otro modo, y ante mi falta de título en psicología, he acudido a expertos que me han ayudado con la definición exacta de lo que es la culpa:
La culpa es un patrón de respuesta emocional que surge de la creencia de haber transgredido las normas éticas personales o sociales; y, sobre todo, cuando a consecuencia de la conducta realizada, o la ausencia de ésta, se ha causado un daño a otra persona.
Nos encontramos con dos situaciones apasionantes en esta definición. La culpa que sientes cuando RACIONALMENTE has hecho sufrir de algún modo a otro ser humano. Eres culpable, con todas las letras, si has hecho daño consciente o inconscientemente a alguien. Sí, inconscientemente también. El que no lo hagas por propia voluntad no resta ni un ápice a tu culpabilidad. Que luego en los juicios no hay más que episodios de enajenación mental transitoria, exceso de drogas y alcohol o lagunas en la memoria del tamaño del Mar Menor.
Esta culpa es necesaria porque nos ayuda a respetar las normas y a no perjudicar a los demás. Porque es consecuencia de un perjuicio real ocasionado a alguien.
Sin embargo, yo me quiero centrar en la la otra culpa, la que habla de la creencia de haber transgredido las normas. Ni siquiera se trata de hechos, sino de creencias. Y ahí radica el mayor de los problemas: nuestro cerebro, sus estrechas y oscuras habitaciones y los pasillos laberínticos por los que transitan nuestros sentimientos, pensamientos y la herencia de lo aprendido por asimilación y educación.
Pues parece evidente que no nos provoca ninguna reacción placentera. La culpa, y su exceso, provocan tristeza, angustia, depresión, ansiedad, impotencia y remordimiento.
Voy a boicotearme un poco y a adelantarme en mi discurso. Todas esas sensaciones tan desagradables no tienen una base real en la que sustentarse. Vienen provocadas por los laberintos emocionales de nuestro cerebro y por lo que hemos aprendido desde nuestra más tierna infancia.
Además, el sentimiento de culpa nos obliga a pensar reiteradamente en la causa que los provoca, que, repito, no siempre es CULPA NUESTRA, por mucho que nos empeñemos en creerlo así. Nos subimos a una rueda de hámster en la que giramos sin saber encontrar la palanca que acciona el freno.
Una de las principales fuentes del sentimiento de culpa para una madre son sus retoños. Independientemente de lo que nuestros hijos pongan de su parte para cometer un error tras otro en la vida, las madres, al menos las de mi generación, nos echamos en la mochila de la culpa todo lo que podemos y un par de piedras más.
No importa que te levantes al amanecer durante una semana para hacer el mejor disfraz de carnaval para la función del colegio de tu hijo. Si después de tanto desvelo no llegas a ver una representación, que no es más que un ensordecedor desfile de cientos de niños cogidos de la mano, porque te has comido un atasco de hora y media desde el trabajo, el sentimiento de culpa se pega a tu piel obviando los esfuerzos y quedándose solo con el fracaso.
Si, por el contrario, tu marido pierde sus propias llaves y cuando vuelve del trabajo, sobre la una de la madrugada después de tomarse unas cervezas con los compañeros, y llama al timbre con insistencia febril y tú, exhausta después de una semana sin dormir por culpa del puñetero disfraz del niño al que no llegaste a ver, no oyes sus timbrazos, tú te sientes culpable porque no escuchaste la llamada de tu amor.
¿Eres acaso culpable también del hambre en el mundo?
Bájate del carro del drama y deshazte de responsabilidades que no te corresponden. Es probable que de este modo disminuya tu sentimiento constante de culpa.
Los ejemplos que he descrito antes son reales. Mujeres que, hagan lo que hagan, siempre encuentran una razón para sentirse culpables. Porque son felices pensando así o es como las han educado de manera silenciosa. No hace falta que nadie te dicte las normas que tienes que seguir en tu vida adulta, se aprende más por observación que por transmisión oral (o por lanzamiento de zapatilla, que también había en mi época, mi madre era campeona olímpica).
Si una madre le dice a su hija que tiene que ser independiente y hacer su vida cuando sea mayor, pero ella, mientras, le pide permiso a su marido para hablar, lo que se va a fijar en el cerebro de esa niña será la falta total de independencia de su madre.
Aunque seamos mujeres altamente independientes y liberadas, arrastramos escenas grabadas a fuego en nuestros infantiles cerebros que hablan de una imagen mucho más tradicional de la mujer: la que siempre estaba en casa, cuidaba de sus hijos, daba la razón al padre aunque no la tuviera, ocultaba problemas a su marido para que hubiera paz en el hogar; la madre que pedía a sus hijas ayuda en las tareas del hogar mientras sus hijos varones se tocaban las narices frente a la televisión…
El modelo de mujer que nos han dicho que podemos construir choca de frente en muchas ocasiones con el papel que se le asigna en la realidad.
Ser trabajadora a tiempo completo te convierte en una madre a tiempo incompleto.
Mientras algunas mujeres pueden, o quieren, pasar la tarde en el parque con sus hijos y las madres de los amigos de sus niños, tú estás sentada en una oficina, trabajando como una fiera para poder pagar las clases particulares de matemáticas que tus hijos necesitan.
Y aunque no necesitaran clase de matemáticas, también querrías estar en esa oficina trabajando como una posesa. Porque te has formado para ser algo más que madre y esposa. Porque tienes un cerebro al que quieres dar un buen uso. Porque no te gustan las tareas domésticas y tus hijos, adorables, te agotan mucho antes que a otras madres entregadas.
Y no es falta de amor.
De ese modo, cuando entras por la puerta de tu casa, cansada como si hubieras corrido una maratón y no te quedan fuerzas para baños, cenas y cuento con cara de amor incondicional, cenas una ración doble de sentimiento de culpa por ser una mala madre y un ser desnaturalizado. Porque las otras madres de tu entorno solo se sienten plenas con su maternidad y tú sabes que en tu depósito caben un 50% más de cosas.
Lo primero que deberíamos hacer es un pequeño análisis de ese sentimiento que nos quita el sueño:
El hambre en el mundo no tiene nada que ver contigo. Trabajar por gusto o por necesidad, tampoco es una razón para sentirse culpable si no orgullosa. Sé sincera contigo misma y trata de observar las cosas con perspectiva y sin emocionalidad añadida. En muchas ocasiones, sentirte el centro del Universo, el eje central de la familia afecta a la realidad de las cosas.
Pero no la del prójimo. Si tu hijo suspende alguna asignatura no es por tu culpa. Aunque sea tema para otro día, mis padres jamás estudiaron conmigo y sacaba muy buenas notas. ¿Por qué ahora los colegios mandan deberes a los padres?, ¿desde cuándo a los progenitores se les exige dedicación completa para sus niños? ¿Dónde queda la independencia de los retoños y su sentido de la responsabilidad? Debo reconocer que en alguna tutoría tenía la angustiosa sensación de que había suspendido algo intangible.
Sin dramas. No te aferres a él para fustigarte mojándolo en el té de la merienda de todos los días de tu vida. Lo hecho, hecho está. El tiempo no da marcha atrás, solo avanza y demasiado rápido como para perderlo en tratar de resolver lo que no tiene solución. Un consejo: AVANZA.
Esta es la parte más complicada. Hemos aprendido a perdonar a los demás, pero nadie nos contó cómo es perdonarse a uno mismo. Lleva su tiempo, pero una vez que sabes aceptar tus errores, colgarlos en la pared de tus vivencias y perdonarte, la culpa se disuelve y desaparece.
Mi siguiente objetivo es dejar en este mundo las bases para aprender a decir que no sin sentirse culpable (una vez más aparece nuestra amiga) y a perdonarse. Primero debo aprender yo.
Si llevas varios años cargando con las culpas de tu familia y parte del vecindario te va a costar librarte de ellas. Pero es un ejercicio liberador en todos los sentidos. No solo serás más feliz tú, sino que colaborarás con el crecimiento personal de todos aquellos a los que recogiste las frustraciones para hacerlas tuyas. Tal vez haya llegado el momento de ayudar a quienes te rodean a madurar a través de sus propios aprendizajes, errores y experiencias sin ayuda externa de mamá.
No es sencillo. Nada lo es, pero una vez que te deshaces de sentimientos negativos como la culpa te sientes más ligera y caminas con más alegría por la vida. Yo progreso adecuadamente, pero lento, muy lento. Demasiada herencia de siglos en la espalda.
Y tú ¿de qué te has sentido culpable sin serlo?