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TRAPOS SUCIOS

TRAPOS SUCIOS

 

Cuando era una niña, tenía una tremenda bocaza. Y no en el sentido físico de la palabra, sino que era incapaz de discernir entre lo que era estrictamente privado (y no se podía contar) y lo que era un secreto  (y no se podía contar).

Normalmente, esas cosas que no deben decirse se les llama «trapos sucios» en el entorno doméstico y se dice, se comenta y se rumorea que deben lavarse en casa. Es decir, que no deberían salir de dicho entorno.

trapos sucios

Ya no soy la niña que era, aunque sigo siendo casi igual de bocazas y mi familia se niega a contarme nada que no quieran que salga a la luz. Tengo el don de meter la pata y contar justo a la persona menos indicada eso que jamás debería saber.

Todos tenemos trapos sucios y yo voy a romper una lanza en pro de la dignidad de esos secretos inconfesables que, nos guste o no, en la mayoría de las ocasiones son universales.

Aquí van los míos:

No me hablo bien; nada bien. Es más, me hablo fatal. Me tildo de «gorda de mierda», «gilipollas» y cursilerías por el estilo. Pero luego hago sesiones de coaching con mis hijos para que ellos se dirijan a sí mismos con amor y en términos positivos. Consejos vendo y para mí no tengo.  

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No me considero una feminista de pro. Lo soy, por supuesto, pero no estoy de acuerdo con los nuevos términos de micromachismo, achacar todo al patriarcado y cosas similares. No voy a ahondar en este charco, pero sí diré que me enferma que las MADRES que solo tienen hijos varones digan que todas las chicas de la edad de sus NIÑOS son unas zorras. Me tiraría a su cuello y les arrancaría la yugular. Así, con la calma, que dicen mis retoños. Ellas alguna vez tuvieron la edad de sus hijas y no fueron zorras, o sí, pero fue su decisión. Me gustaría mandarle una hija durante una temporada y que escuchara de bocas ajenas decir que todas las amigas de su niña y su niña son una panda de busconas y los niños unos santurrones. Eso sí que es una falta de todo. Y punto. 

Lloro mucho más de lo que río. Sí, a pesar de lo que pueda parecer por mis novelas o mis apariciones por las redes en los que hago y digo tonterías, tengo tendencia a la melancolía y la depresión. Eso sí, la teoría me la sé fenomenal. Cuando apruebe la práctica haré fiesta. Si quieres asistir, apúntate en la newsletter para que te llegue la invitación.

No soy pionera en la blogosfera dentro de mi familia. Mi madre lo tuyo mucho antes que yo. Y ya había cumplido los setenta y tantos. Vamos, que de casta le viene al galgo y a mí me viene por vía materna. Es una crack y tiene un sentido del humor bestial. En el fondo hacemos un poco lo mismo, transformar nuestras miserias personales en anécdotas graciosas que solo ocurren en nuestro cerebro. Gracias, mami. Me has hecho un gran regalo.

No me he leído El Quijote y tampoco me siento tentada a empezarlo en esta vida. Tampoco me he leído nada de José Saramago y no tengo intención de hacerlo. Lo siento, pero me da pereza máxima tanto la obra del manchego universal como la del portugués. Podéis crucificarme si queréis. Gracias.

Tengo manías a mansalva. Alguna rayana con el TOC (trastorno obseso compulsivo, para quien no sepa qué significan las siglas). No soporto ver los cuadros torcidos ni los platos del lavavajillas fuera de las guías; la ropa de cama tiene que llegarme a la barbilla sin necesidad de reptar a los pies del lecho; me cuesta pasear por el campo o la playa sin ir en modo búsqueda (como un perro de caza). En la playa persigo caracolas, no me sirven las conchas, y en el campo, depende de la estación, busco de todo. Hoy me he encontrado una seta del tamaño de mi cabeza. No la he cogido por miedo al envenenamiento, pero lo normal es que tenga que luchar con mi yo troglodita interno que me grita que eso es comida y que no debería dejarlo pasar. Lo cuento todo, y no me refiero solo a los trapos sucios de la familia que eso ya ha quedado claro que lo hago, sino TODO, TODO. Los escalones de la escalera de mi casa. Las croquetas o albóndigas que hago. Las pinzas que he utilizado para tender la ropa.

Vivo bañada en la culpa. Hasta cuando no me ducho me echo un chorro de culpa por encima. Todo lo relativo a mi familia pequeña (marido e hijos) que no funciona como en mi cabeza pienso que debería funcionar, empieza en mi interior con una oración condicional: si no le hubiera dejado; si no le hubiera hablado mal; si no fuese tan dura… Parezco una sección lacrimógena que había en la revista Pronto que era toda entera un SI mayúsculo y condicional del tipo Si mi madre no hubiera echado a mi padre de casa. Muy trágico todo.

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Soy extraterrestre. O lo he sido. Eso me dijeron en una sesión de una terapia alternativa. Que procedo de un planeta en el que casi todo es agua y que o bien los seres eran azules (como los de Pandora de Avatar o vestían de azul como la Policía Nacional). Creo que esa es la razón por la que encuentro mi lugar en este mundo, porque yo no soy de aquí. En honor a mi origen no terrícola, en mi tercera novela aparece un extraterrestre. Un homenaje a los de mi galaxia. ¡Va por vosotros, compatriotas!

Siempre digo que me encanta viajar, pero no es del todo cierto. A mí me gustan los viajes en coche con mi hermana (bueno, con ella me iría al fin del mundo) y los viajes en los que hace falta coger un avión. Y si también es necesario el pasaporte, ya muero de placer. Hace tanto que no hago uno de los de cruzar continentes o charcos que creo que me estoy volviendo más de pueblo que nunca. Espero poder curarme pronto. MI marido me debe un viaje a Egipto desde hace unos años. Tengo un vale, así que no se lo perdono. A ver si este año que viene puede ser. Sueño con conocer Karnak para llorar como una loca.

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Porque mi último trapo sucio es que lloro (mucho, ya lo he dicho) cuando veo estampas con las que he soñado a menudo. Lloré cuando visité el Tanah Lot en Bali, a pesar de que ni lo vi con marea alta ni al atardecer que es la foto que llevaba en mi carpeta de adolescente. Lloré en Petra. Y en el cementerio judío de Berlín. No os voy a decir en qué más sitios he llorado porque son todos muy exóticos y parece que os quiero restregar todo lo que he viajado (podría ser, pero no lo es).

Y hasta aquí mis pecados inconfesables, trapos sucios o como quieras llamarlos. Sé que tú también tienes los tuyos, la pregunta es, ¿te atreves a confesarlos?

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                              

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